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El dólar español o Spanish dollar

Real de a 8, peso de ocho, peso fuerte o dólar español era una moneda de plata que valía ocho reales que fue acuñada después de la reforma de la moneda de 1497. Lo estableció el real español, que eran dos unidades monetarias de plata que circularon a la vez, tanto en España como en sus posesiones de ultramar. La primera moneda data del siglo XIV en el Reino de Castilla.

Se empiezan a emitir en las cecas o casas de la moneda de Burgos, Segovia, Sevilla y Toledo entre 1543 y 1566. Las primeras citas que mencionan a los Reales de a Ocho son el libro de Diego Covarrubias de Leyva (jurista, político y eclesiástico español e hijo de Alonso de Covarrubias que fue arquitecto de la catedral de Toledo) de 1556, y la petición XXXVI presentada en las Cortes de Valladolid de 1558.

La Monarquía española difundió e impuso el Real de a Ocho, con ligeras variantes, en todos sus territorios, y en los Estados vecinos y a las potencias en liza.

Con los reinados de Carlos I y Felipe II España inicia una divisa internacional, el real de a 8, la moneda de plata con mas crédito y demanda durante tres siglos. La primera divisa de trascendencia universal o mundial y también de reserva, válida para transacciones financieras y económicas.

Fue su principal producto de exportación y España se convirtió en la fábrica de moneda del mundo. En el año 1566 Felipe II refuerza la moneda con su pragmática de la Nueva Estampa y cambia las normas de su emisión y el valor de cambio del real de a 8 en 272 maravedíes y sus divisiones: 4 reales, 2 reales, 1 real y ½ real.

Como su uso estaba muy extendido a finales del siglo XVIII en Europa, América y en extremo oriente, se usó como la primera divisa de uso mundial. Fue la primera moneda legal en Estados Unidos hasta que se desautorizó su uso en 1857.

El dólar canadiense, el estadounidense, el Yuan chino, monedas hispanoamericanas o los pesos de Filipinas están basadas en el real de a 8. En Inglaterra y en Estados Unidos era conocido por Spanish dollar y existen teorías de que el símbolo «$» del peso y el dólar tendría el origen en las columnas de Hércules del escudo español del reverso del real de a 8.


El término peso tendría su origen en nuestra moneda ya que los pesos de entonces tenían la misma medida de diámetro que el real de a 8.

Los reales de a 8 se acuñaban en América y se transportaban a granel hasta España. También se usaba en el sudeste asiático, ya que el Galeón de Manila o Nao de China (que así se conocían a las naves españolas que cruzaban una o dos veces por año entre Filipinas y México) intercambiaba mercancías chinas y filipinas por plata.

A menudo en el comercio oriental los reales españoles eran estampados con caracteres chinos. Se reacuñaba en remotas áreas del mundo como China, Sudán, Ceilán o Zanzíbar. Fue la primera moneda de curso mundial de la historia y llevó nuestra “cara” y nuestra “cruz”, nuestras Columnas de Hércules y a nuestros Reyes, a los confines más alejados del planeta.


Se acuñaron desde 1732, reemplazando las acuñaciones a martillo, hasta 1772, cuando fueron reemplazados por el busto del monarca como motivo. Aparecen en ellos nombrados Felipe V, Fernando VI y Carlos III. 

Se comenzó a usar tras la reforma monetaria de los Reyes Católicos tras el Descubrimiento de América. También se la conocía como “Peso duro”, denominación que dio lugar al “duro” que los españoles conocimos después con nuestra siguiente moneda: la Peseta.

Llegaron a los lugares más remotos del planeta, en muchos se aceptaba como pago, reacuñándola con el sello del lugar donde se usaba. Así, nuestra moneda se extendió por toda Europa, por toda América y por grandes extensiones de Asia y África, llegando hasta lugares tan lejanos como Australia a mediados del siglo XIX.

Tuvo tanto impacto internacional, que no solo llegó a regular el sistema financiero internacional, sino que llegó a desestabilizar todas las economías del este asiático y de China, provocando el caos financiero en la grandiosa economía de la Dinastía Ming.


En 1772, Carlos III decidió reformar la moneda del imperio. Cambió el diseño del dólar español, sustituyó la imagen de Hércules y los Pilares por su perfil, añadiendo su nombre en latín “Carolus III Dei Gratia“, y exigiendo que todas las monedas se acuñasen en la ciudad de México, y provocó con ello que fueran mucho más uniformes y fáciles de reconocer.

El éxito de esta igualdad quedó patente en china, donde los dólares carolinos eran conocidos como “Cabezas de Buda” o “Tres pagodas” en referencia al “III” dinástico de Carlos.

A finales del siglo XVIII, el dólar de Carlos III podía encontrarse en prácticamente todos los puertos desde Veracruz hasta Cantón. La influencia de la moneda era tal, que el propio gobierno estadounidense basó su moneda explícitamente en el dólar español, decretando en el Acta de Acuñación de 1792 la paridad en cuanto a cantidad y calibre de ambas monedas.


Para financiar su guerra de independencia, el Congreso Continental acordó el 3 de mayo de 1775 la emisión de tres millones dólares en billetes, con un valor fijado en reales de a ocho españoles.

El 17 de abril de 1779 los 49 oficiales de los tres regimientos que componían la brigada de Nueva Jersey enviaron a su Asamblea Legislativa un memorial en el que alertaban de una situación insostenible. La inflación del circulante continental había trasformado sus soldadas en ridículas, había fundadas razones por las que podría haber deserciones en masa y exigían ser pagados en la moneda en la que habían contratado con el Congreso sus salarios: dólares (reales de a ocho) de acuñación española.

Los yacimientos de plata estaban en México y Potosí en el alto Perú, en la que ahora es Bolivia. Y allí comenzaron a acuñar moneda desde el siglo XVI en las casas de la moneda de ambos países, donde fueron millones de reales de a 8 a lo largo de los siglos de presencia española.


La llegada de comerciantes norteamericanos a China a finales del siglo XVIII impulsó aún mas el uso del spanish dollar. Se siguió usando hasta el siglo XIX. Cuando llegó a Europa compararon esta moneda con las monedas de plata que acuñaba Austria el thaler, en español tálero.

El thaler no tenía la difusión del real de a 8 a nivel mundial, pero su nombre en francés e inglés (thaler o daller) hizo que en Estados Unidos lo nombrara Spanish daller que derivó en spanish dollar y luego a dólar.

En Estados Unidos una ley de 1792 creó la casa de la moneda y especificó que su dólar tendría 27 gramos de los cuales solo 24,1 eran de plata. Los reales de a 8 valían 8 reales, pero al necesitar monedas de menor valor hizo que las piezas se cortaran en cuatro u ocho trozos.

El Real de a Ocho, era una moneda de plata con un peso de 27,468 gramos y una pureza de 0,93055%, que contenía 25,560 gramos de plata pura. Las monedas tenían un valor de ocho reales (8 reales y 272 maravedís. 1 real de a ocho = 1 duro. 2 reales de a 8 = 1 escudo).

En Norteamérica fue de curso legal hasta que en 1857 una ley prohibió su uso, hasta entonces un real de a 8 valía un dólar, Como anécdota el precio de las acciones en el mercado de valores de ese país denominado en octavos de dólar subsistió hasta el 24 de junio de 1997 el New York Stock Exchange, la bolsa de Nueva York, cambio la denominación a dieciseisavos de dólar, aunque después se pasó a la notación decimal.

Tras la revolución del Cura Hidalgo en 1810, la acuñación de dólares decayó en un solo año pasando de 24 millones a apenas 4. Tras la independencia de México en 1821, la acuñación del dólar carolino llegó a su fin.
La economía china, sin embargo, siguió demandando dólares españoles. Varias regiones habían adoptado un sistema monetario basado en una moneda que ya no existía, lo que dio pie a una de las situaciones más sorprendentes de la Historia Económica.

La escasez del dólar carolino provocó una deflación espectacular de la moneda, que se hizo cada vez más cara. El precio del Carolus subió por encima de su cantidad real de plata.

La moneda de plata El Real de a Ocho, sirvió de base monetaria al comercio internacional, hasta que las divisas europeas, respaldadas por el patrón oro, pusieron fin a esa tradición.

El real de a ocho español: tres siglos de la moneda más universal de la historia



Es de sobra conocido el capital papel que la moneda de plata española tuvo durante más de tres siglos en la economía a nivel planetario. El Imperio Español fue la unión monetaria y fiscal más grande que ha conocido la Historia, que además de dotarse de un numerario uniforme y de calidad que sobrevivió a las graves crisis económicas mundiales prácticamente inalterado hasta que la independencia de las nuevas Repúblicas Iberoamericanas acabó con el flujo de metales preciosos y con el propio sistema monetario.

En su base se encontraba el real de a ocho, conocido también como peso, duro, piastra, patacón o dólar, entre otras denominaciones, una moneda de gran módulo que tuvo su origen en la plata encontrada en la segunda mitad del siglo XV en los yacimientos de los estados germánicos y en las monedas acuñadas por los monarcas de la Casa de Habsburgo en el Sacro Imperio.

Tras su adopción por los monarcas españoles, fue el numerario que alcanzó la más alta distribución a nivel mundial de toda la historia y que estuvo en la base económica de la primera economía mundo. Tras el descubrimiento de América y la puesta en producción de sus minas de plata, el mundo mediterráneo dejó de ser el eje comercial y monetario europeo, y las monedas italianas, preponderantes en la Baja Edad Media, se vieron sustituidas por los nuevos reales de a ocho españoles.


El nuevo numerario se extendió por toda Europa a gran velocidad. Desde los reinos de Castilla se extendió a los demás territorios de la Monarquía en España, Italia y Flandes, así como a Portugal y a Francia, y en los años 40 del siglo XVI a todo el continente. Aunque se estima que una tercera parte de la moneda española que llegó a Europa se reacuñó en las cecas de Inglaterra, Francia u Holanda, ya en esta época temprana todos los mercaderes europeos que comerciaban con los países árabes o con el Imperio Otomano debían necesariamente satisfacer sus compras en moneda de plata española.

Ésta era especialmente demandada en Oriente. Los comerciantes portugueses, como después los holandeses, ingleses, franceses o daneses debían llevar en sus viajes para la adquisición de mercancías en China y la India este tipo de moneda y no otra hasta bien entrado el siglo XIX. Era una moneda abundante, con un contenido en metal noble adecuado, que no pagaba tributos durante su transporte, no debía reacuñarse en moneda propia de cada país y era universalmente aceptada por los comerciantes, y especialmente por los de los países de Oriente, que no mostraban ningún otro producto que los europeos les pudieran suministrar. En este periplo la moneda española se convirtió asimismo en la base del sistema monetario de toda la costa africana y sus islas, así como de los de las diferentes colonias de los países europeos en los cinco continentes.


Gran cantidad de estos reales de a ocho fueron asimismo remitidos para cubrir los desequilibrios comerciales en el área del Báltico. Desde Rusia esta moneda se dirigía hacia Oriente con el comercio con Tartaria, el Imperio Persa y China. Los reales españoles que llegaban al Imperio Otomano salían en la misma dirección para alimentar el comercio del café en el Mar Rojo y por Arabia hacia el Imperio Mongol de la India. El Indostán y la India fueron el destino final de la mayor parte de los mismos, tanto de los que procedían de las rutas terrestres y marítimas que hemos visto como de los que llegaban directamente, vía el Galeón de Manila, desde Nueva España. Ambos imperios se monetizaron gracias a este flujo, y con su demanda, igualmente, sostuvieron las bases económicas del Imperio Español.

Durante toda la Edad Moderna y hasta bien entrado el siglo XIX, los pueblos de Oriente reconocieron el escudo de la Monarquía Hispánica acuñado en los reales de a ocho como la garantía de una ley fidedigna y un peso constante, y se resistieron a aceptar otra moneda de nuevo cuño que no les ofrecía ninguna seguridad. Igualmente, los nuevos imperios que sustituyeron al español, y muy especialmente el británico, adoptaron el real de a ocho como su patrón monetario, y los territorios donde circulaba se resistieron a los intentos posteriores de su sustitución por el patrón esterlino metropolitano. Esa es la razón de la existencia actual de los diversos dólares, moneda común junto al peso en los territorios iberoamericanos con el mismo origen a todo el territorio americano, así como a las antiguas colonias europeas de Oriente y del área del Pacífico. El real de a ocho está asimismo en el origen de las actuales monedas asiáticas de referencia: el won, el yuan o el yen.


Más información también en el artículo "El dólar español o Spanish dollar" de este blog.







El real de a ocho



Imaginemos una moneda tan, pero tan fuerte que ya en el siglo 17 podías con ella comprar algún recuerdo al pie de la Muralla China, un plato picante en un mercado perdido del sudeste asiático, algo de tabaco o maíz en todo el continente Americano y hasta pagar un alojamiento en cualquier rincón de Europa. Esa moneda existió, perteneció al imperio español y los invito a descubrirla.

En un comienzo, el ser humano se basó en los bienes que poseía o generaba para comercializar con sus semejantes. Así nació el trueque, donde por ejemplo un pastor intercambiaba con un agricultor, su oveja por un saco de harina. Pero este comercio poseía una dificultad: ¿cómo hacía el pastor para conseguir harina si por alguna razón se había quedado temporalmente sin ovejas? La respuesta fue buscar un objeto que tuviera un valor representativo y que toda la comunidad lo aceptase. Claro que para que ese objeto intercambiable tuviera cierto valor, debía ser escaso y por cuestiones logísticas, de fácil traslado.

Las monedas más antiguas que se conocen fueron encontradas en la actual Turquía y datan del siglo 7 a.C. Las fábricas de monedas se llamaban cecas (se escribe con c) y su trabajo comenzaba con conseguir un metal de cierto valor, como oro, plata o cobre e intentar darle una forma y peso constante. Dado que por entonces el metal disponible era muy rudimentario y de calidad variable, una vez fabricadas las monedas muchas veces se les quitaba metal si excedían el peso convenido quedando sus bordes como mordidos, completamente irregulares. 


El último paso en la ceca o fábrica de moneda, era imprimirle a cada una un sello distintivo. Para esto se utilizaba un cuño, una especie de sello tallado en metal duro, que al martillar sobre cada moneda dejaba dibujado de qué fábrica había salido. Las monedas que se acuñaban en la ceca de Segovia por ejemplo, que funcionó desde épocas romanas hasta 1870, llevaron como sello la imagen del famoso acueducto de esa ciudad. Hoy en día, los cuños no son muy encontrados en el registro arqueológico, dado que cada ceca era muy celosa de este instrumento guardándolo bajo siete llaves y una vez gastados eran destruidos para no correr el riesgo de ser usados por terceros para falsificar monedas. A propósito, la palabra moneda tiene su origen en la ceca de Roma, que al encontrarse por entonces muy cerca del templo de la diosa romana Moneta, con el tiempo tomó su nombre.

Real de a Ocho 1350-1540 



Felipe II- 1500

Tras la abdicación de Carlos I en 1556, Felipe II pasó a gobernar: Castilla, Aragón, Navarra, el Franco Condado, los Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, territorios en el norte de África y los territorios americanos. Durante su reinado (1556-1598) añadió las Filipinas (de ahí su nombre) y la anexión de Portugal y su imperio Afroasiático. Por entonces el Imperio español estaba en su máximo apogeo.

Felipe III - Ceca de Potosí

Durante la colonización de América, el imperio se encontró con grandes yacimientos de plata que rápidamente comenzó a explotar. Los números hablan por sí solos: en el archivo de Indias de la ciudad de Sevilla consta que tan sólo los primeros 150 años de colonización, llegaron a esa ciudad desde tierras americanas 16 millones de kilos de plata.

8 reales de plata con el escudo de los Reyes Católicos, acuñado en Sevilla. Sin fecha pero posterior a 1497.

El real de a ocho fue una moneda de plata que acuñó el Imperio español a partir de 1497. Conocido también como peso duro, de ahí el dicho “no tengo ni un duro”, su valor equivalía a 8 reales. Si bien existían monedas españolas de otros metales, al tener en sus colonias todos estos recursos disponibles de plata, fue el Real de a ocho el que comenzó a acuñarse en enormes cantidades. Si bien en un principio los españoles no quisieron trasladar las cecas a sus colonias, para el siglo 18 lo hicieron. Tal fue el rédito económico que obtuvieron, que a modo de ejemplo, las cecas mexicanas producían ellas solas en un mes, lo que producían todas las cecas de Europa juntas en un año.

Columnario-México-1770

Al estar el imperio español expandido por todo el mundo, durante los siglos 16, 17 y 18 el Real de a ocho se convirtió en la moneda por excelencia para comerciar en cualquier rincón del planeta. Incluso si bien en 1792 Estados Unidos creó su moneda nacional, el dólar, tuvo que prohibir pasados sesenta años el uso del Real de a ocho en su territorio, ya que por entonces sus ciudadanos aún seguían prefiriendo la moneda española. De hecho, se cree que el signo del dólar, esas dos rayas sobre la letra S, provienen de las dos columnas de Hércules que el Real de a ocho tenía dibujado en una de sus caras. Tras ser usado por más de tres siglos, el Real de a ocho es considerado hoy en día como la moneda de mayor uso a escala mundial de forma ininterrumpida en nuestra historia.

El tesoro único de 500 monedas de oro y plata que apareció en Alicante escondido en un muro

 El hallazgo casual en una casa de Sant Joan d'Alacant de medio millar de monedas acuñadas entre 1708 y 1823 constituye la segunda entrega de la serie sobre los tesoros arqueológicos encontrados en España.



Durante las obras de reforma de su casa en Sant Joan d'Alacant, en el momento de derribar un muro facturado con mortero de cal y arena de unos 80 centímetros de grosor, Vicente Ferrer Escrivá y sus dos compañeros de faena descubrieron un espacio hueco que escondía una olla de cocina. Al levantar la tapa para ver si contenía algo se llevaron una sorpresa mayúscula: allí había medio millar de monedas de oro y plata acuñadas por reyes españoles de los siglos XVIII y XIX. En un acto poco habitual de civismo, el propietario del inmueble, como ordenaba la ley, se desplazó hasta el ayuntamiento para informar sobre el hallazgo del conjunto numismático.

El Tesoro de Sant Joan d'Alacant, una localidad situada a ocho kilómetros de Alicante, salió a la luz en la mañana del 13 de abril de 1963, en el número 6 de la calle Colón. Llevaba 140 años oculto, camuflado de un posible pillaje de las tropas absolutistas y el ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis, que para aquel entonces —la segunda mitad de 1823—, asediaba con dureza la zona, último bastión de la España liberal. Su propietario era un jornalero apolítico de nombre Antonio Quereda Chápuli, que decidió poner a salvo sus ahorros ante el olor de la pólvora y los bramidos de los cañones.

Este conglomerado numismático, que se conserva y expone en la actualidad en el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ), está compuesto por 15 monedas de oro y 486 de plata emitidas desde el reinado de Felipe V —el mejor representado cuantitativamente— hasta el de Fernando VII. Las más antiguas están datadas en el año 1708 y las más modernas son reales de a cuatro de 1823; casi siglo y medio de acuñaciones por el que discurren todos lo monarcas de la época, además de los citados: Luis I, Fernando VI, Carlos III, Carlos IV y José I. Incluso hay piezas con la efigie del archiduque Carlos, el rival del primer Borbón español durante la Guerra de Sucesión.

Vista de la huerta de Alicante según Cavanilles

Además de la variedad, otra de las peculiaridades del tesoro que lo hacen "prácticamente único" es la elevada proporción de monedas de uso común para los intercambios cotidianos. "Los valores más representados son los reales de a 2, los reales de a 8 y los reales de a 1. Son monedas que tienen escaso valor (salvo los reales de a 8), e inusuales en atesoramientos porque resultan inapropiadas para el acopio de riqueza con la intención de esconderlas", escribe Julio J. Ramón Sánchez, arqueólogo y especialista del MARQ en numismática, en el artículo El tesoro de Sant Joan d’Alacant: historia del hallazgo y de su divulgación científica y social.

Todas esas características coinciden con el retrato socioeconómico que los expertos han podido realizar de su dueño y propietario de la casa —murió sin legar testamento y sin herederos directos— en el momento del ocultamiento. Este ha sido fechado en 1823 por el mínimo desgaste de las monedas emitidas en ese año y que fueron descubiertas en la olla. El sanjuanero lo escondió entre los muros de su hogar, pero falleció sin poder rescatarlo, sin confesarle su secreto a nadie.

Antonio Quereda Chápuli pertenecía, al menos por línea materna, a una familia acomodada de labradores de Sant Joan d'Alacant. Se sabe que en 1784 era el criado de un tal Crisostomo Peres, quien en su testamento le otorgó una casa en la localidad alicantina, concretamente en la calle del Carmen. Esa herencia le brindó al hombre una posición económica ventajosa que puede explicar su capacidad de ahorro. Dos décadas más tarde, a finales de 1803, ya desempeñando labores de jornalero, Quereda vendió este inmueble y compró el 7 de mayo del año siguiente el edificio en el que se descubriría el conjunto de monedas.

El lote hallado desvela que el jornalero recibía monedas de poco valor como retribución por sus servicios relacionados con un empleo concreto o esporádico y que era pagado de manera inmediata. Los expertos han cifrado la riqueza del tesoro en 5.948 reales de vellón, el metálico utilizado en la época, siendo las piezas más valiosas las acuñadas en el intervalo entre 1774-1813, cuando Antonio Quereda empezó a trabajar, recibió la herencia y realizó la venta y compra de las casas.

Monedas de oro del Tesoro de Sant Joan d'Alacant. MARQ

"Si tenemos en cuenta que en esa época en Alicante el secretario del Ayuntamiento cobraba un sueldo de entre 8.000 y 9.000 reales de vellón anuales, el alguacil entre 752 y 1.440 y el barrendero 451, la riqueza del tesoro de Antonio Quereda no representa una fortuna formidable pero tampoco es desdeñable si tenemos en cuenta su biografía y su contexto socioeconómico", explica Julio J. Ramón Sánchez. "La cantidad que escondió debió ser fruto de una paciente labor de ahorro y resultado de toda una vida de trabajo, y para él constituiría una auténtica fortuna". Es decir, esa suma de dinero le aseguraba la subsistencia y afrontar la vejez con cierta tranquilidad.

¿Pero qué motivo empujó a Antonio Quereda a horadar en un muro de su casa, que se veía nada más entrar, un espacio secreto en el que guardar sus ahorros? El ambiente de incertidumbre e inestabilidad: Alicante fue el último bastión liberal en ser sometido, el 6 de noviembre de 1823, por los Cien Mil Hijos de San Luis, el ejército francés que arrolló toda España para reinstaurar al absolutista Fernando VII en el trono. La localidad de Sant Joan d'Alacant estuvo casi hasta el final bajo el dominio de la plaza alicantina, con lo que seguramente fue sometida a una fuerte presión fiscal y a las confiscaciones para organizar la defensa.

Ni el jornalero ni ningún miembro de su familia, que se sepa, se enrolaron en luchas políticas. No hay evidencias de que Quereda estuviese a favor del régimen liberal ni de que aplaudiese a rabiar el regreso del rey felón. Decidió ocultar su fortuna ante posibles incautaciones de ambos bandos. No se lo dijo a nadie, confiando en que el peligro se pasaría en un puñado de semanas, pero una muerte inesperada —la hipótesis que defienden los investigadores— sepultó el Tesoro de Sant Joan d'Alacant durante un siglo y medio. Tardaría tres décadas más, desde 1963 a 1994, en ser expuesto como una joya más del patrimonio histórico español.







Fuente:elespanol.com

Las monedas en forma de corazón de Potosí

Dice Wikipedia que el Sagrado Corazón de Jesús es “la devoción católica al corazón de Jesús como símbolo de amor divino”.

En España y en latinoamericana hay mucha devoción al Sagrado Corazón de Jesús y se encuentran referencias que van mucho más allá de los aspectos puramente religiosos. Como ejemplos tenemos que el Sagrado Corazón de Jesús es el patrón de Colombia y de la Armada de Chile. Otro ejemplo peninsular son los famosos “detente bala” carlistas, muchos de los cuales llevaban una imagen y una oración al susodicho corazón. Pero sin duda alguna, cualquier aficionado a la numismática encontrará como la referencia más bonita los famosos corazones acuñados en Potosí, pues bien pueden considerarse unas de las más bellas monedas jamás acuñadas en plata. En este artículo comentaré brevemente los llamados “corazones de Potosí” o “macuquinas en formas de corazón” o “acuñaciones especiales en forma de corazón”; para ello me baso en este artículo de Daniel Frank Sedwick y en el libro de Lázaro.



La cuestión es que a finales del siglo XVII y durante la primera mitad del siglo XVIII se acuñaron en Potosí unas monedas de plata que seguían la metrología castellana de la época y que tenían la forma del Sagrado Corazón de Jesús. No se sabe por qué se acuñaron ni tampoco por qué se acuñaron solo en Potosí y no en Lima o México. Además, indica Sedwick, y me ha corroborado Glenn Murray, que no existe ningún tipo de documentación en la ceca sobre estos corazones. La sospecha de Murray, tras haber pasado unos meses estudiando el archivo de la ceca de Potosí, es que el registro de estas monedas está incluído en el peso en marco de los galanos. Seguramente nos lo cuente con detalle en su próximo libro.

Hay quienes apuntan a que estas monedas se utilizaron como exvotos a Jesús o a la Virgen. Hay quienes incluso dicen que el agujero que incluyen estas piezas se utilizaba para coserlas en el manto de la Virgen; pero no hay ningún registro de ninguna iglesia que hable de estas monedas. Otros indican que eran piezas de ostentación y que se llevarían colgados en collares; pero la mayoría de los ejemplares no parecen haber sido usados como joyas. Así que, sin ningún aporte documental, me parece difícil que algún día vayamos a saber la razón por la que se acuñaron estas piezas. Probablemente fuesen, sin más, encargos caprichosos de algunos mercaderes de plata a la ceca de Potosí.



Existen ejemplares de todos los módulos de plata acuñados en la época: medio real, un real, dos reales, 4 reales y 8 reales. Son todos muy rarísimos y muy queridos internacionalmente, por eso su precio es muy alto y no son muchos los coleccionistas que se pueden dedicar a ellos a pesar de que a todos los apasionados por la numismática nos encantaría tener uno. Pero hay algunos módulos más raros que otros: los medios reales con forma de corazón son rarísimos y el total de ejemplares conocidos se cuenta con los dedos de las manos; de uno y dos reales es de los que más abundan, si bien no dejan de ser difíciles y más si se buscan con cierta calidad; de cuatro reales y de ocho reales hay menos y son más queridos (sobre todo los duros), lo que hace que el precio se dispare. Si hablamos de rango de precios razonables, podríamos decir que los de 1 real y 2 reales pueden rondar entre 3.000 y 6.000 euros; los de medio real el doble; los de 4 reales pueden partir en 20.000 euros y los de 8 reales probablemente en 35.000 euros. ¡¡Como para meterse con ellos!! Si queréis más detalle de las acuñaciones y los ejemplares conocidos os recomiendo que leáis el artículo original de Sedwick en el que los enumera.

Desgraciadamente hay muchos corazones de Potosí falsos en el mercado. Por eso siempre hay que comprarlos a un comerciante experto en ellos y que sea de nuestra confianza. Debo decir también que todas las falsificaciones que he visto son muy burdas y no engañarían a nadie por poca experiencia que tenga. Os dejo unas pocas que he visto por eBay y por en un grupo de Facebook. Creo que es evidente la diferencia con el ejemplar anterior de dos reales o con el de ocho reales que ilustran la entrada (ambos subastados por Áureo). Lo que quizá no sea tan evidente es que en el caso de los corazones es muy importante que den el peso. La razón es que muchas falsificaciones (burdas, pero que podrían colar a alguno) se realizan utilizando una moneda de plata macuquina y recortándola después en forma de corazón, por lo que se reduce significativamente su peso con respecto a las auténticas.



Los vellones de 1660 y la guerra contra Portugal

Tras la firma del Tratado de los Pirineos en 1659 y el final de los enfrentamientos contra Francia, tras casi tres décadas de guerra abierta en Europa, los Habsburgo volvieron sus ojos hacia el frente que tenían abierto en el occidente de la Península Ibérica. Para su financiación se recurrió a una emisión a gran escala de vellón de molino con liga de plata en 1660, de corta existencia, dado que por su fácil falsificación se paralizó su acuñación en 1664.


La conocida como Guerra de Restauración portuguesa había comenzado en 1640, durante el convulso periodo en el que Cataluña, Aragón, Andalucía, Nápoles y el propio Portugal se negaron a colaborar con la Unión de Armas e iniciaron movimientos secesionistas. De ellos, sólo la proclamación de la República en Cataluña por Pau Claris y la entrega del Principado al rey Luis XIII de Francia y la defección de Portugal siguieron adelante. En el caso portugués, no todos los territorios reconocieron la secesión, como sucedió con Macao y con el sur del Brasil, en las ciudades de Sao Paulo y Río de Janeiro, si bien sus pretensiones fueron desestimadas por los monarcas españoles al esperar recuperar la metrópoli y con ella todos los territorio ultramarinos, y con la plaza de Ceuta, que quedó definitivamente unida a Castilla tras la independencia lusitana.


El levantamiento de Cataluña fue visto como una amenaza directa por parte de Francia y la proyección de las crueles guerras que asolaban Europa en la Península, lo que realmente se plasmó en territorio catalán con su ocupación por los ejércitos franceses, mientras que se consideró la aventura del Duque de Braganza como un disturbio doméstico que, al carecer de fronteras físicas con las potencias occidentales estaba condenado al fracaso. Por ello el esfuerzo bélico se concentró en el frente catalán, y, mientras que a su recuperación se dedicaron crecidas cantidades de moneda de plata, para el frente de Portugal se dedicaron cantidades siempre escasas de moneda de vellón. No se puede obviar asimismo que el dilatado conflicto con Portugal coincide con la Guerra de los Treinta Años, con la de los Ochenta Años en Flandes y con continuos enfrentamientos con Francia e Inglaterra.


La asignación dedicada al ejército de Badajoz y demás fronteras con Portugal, que alcanzaba a las tropas de Galicia, Puebla de Sanabria, Zamora, Ciudad Rodrigo y Ayamonte, era por tanto satisfecha en la degradada moneda de vellón, alcanzando según Serrano solamente de un dos a un tres por ciento la que era satisfecha en plata entre los años 1643 y 1654. Por ello, este dilatado conflicto consistió principalmente en escaramuzas fronterizas y pequeñas incursiones en ambos lados de la raya, habiendo sólo cinco enfrentamientos que pueden considerarse como auténticas batallas, todas ellas ganadas por los lusitanos, en los 28 años de conflicto.

El esfuerzo bélico y tributario recayó sobre las áreas fronterizas, especialmente sobre Extremadura, y sobre sus milicias locales, y la especulación, el contrabando y la destrucción se convirtieron en endémicas a ambos lados de la frontera. La circulación de esta mala moneda ahogó asimismo la posibilidad de ahorro de la población por los excedentes agrarios y la creación de cualquier tipo de manufacturas, creando un caos cuyas huellas eran aún visibles un siglo más tarde. En el contexto global de la economía castellana, la remisión a la raya portuguesa de cuantiosas cantidades de vellón incidió en la bajada del premio de la plata, dado que el grueso de ese numerario era expedido hacia occidente desde Madrid.

En este contexto se ha de enmarcar la creación de la Casa de Moneda de Trujillo, la única fundada hasta ese momento en los reinos de Castilla durante la dinastía de los Habsburgo, que se creó para la exclusiva labor del resellado de moneda, en el contexto del levantamiento de Portugal. Esta ceca comenzó a operar el 12 de abril de 1641, resellando la moneda de ocho maravedíes batidas a martillo. Su actividad cesó el día 6 de marzo del año siguiente, pero volvió a operar nuevamente con los resellos de 1651, 1654 y 1658. Tras la emisión de moneda de molino de 1660, sus últimas labores se realizaron en 1680, y fue definitivamente cerrada un año después.

(Imagen: 8 maravedíes de Trujillo, 1663).

El 11 de noviembre de 1651 se volvió a subir el facial del vellón, menos en el caso de la calderilla, a su valor de 1642, produciéndose tumultos, numerosos fraudes y resellos ilegales. Los particulares tenían un plazo de treinta días para llevar a las Casas de Moneda sus piezas para ser reselladas. Dicho resello consistió, para las nuevas piezas de ocho maravedíes, en un óvalo con pequeños adornos, en el que constaba el año del resello y la marca de ceca en el anverso, y en el reverso la cifra de valor dentro de otro óvalo. Para las piezas que nuevamente tenían un valor de cuatro maravedíes, en el anverso se grabó un círculo, dentro del que se encontraba la fecha con un florón encima y la marca de ceca, mientras en el reverso aparecía un 4 dentro de un círculo y entre dos florones.

De acuerdo con lo prevenido en la Instrucción remitida a los superintendentes y tesoreros de las cecas el 25 de noviembre de 1651, debían tener las estampas de un castillo por una parte y un león en la otra, y con las leyendas de la orla que tenían los cuños y estampas de las monedas que se labraban del mismo peso y valor, y una talla de 280 maravedíes por marco, con un peso de 1,64 gramos. El metal a utilizar debía ser el de las monedas que se quebrasen con el resello de las piezas de cuatro y ocho maravedíes. Las mismas se debían ejecutar en las nueve Casas de Moneda ordinarias, así como en el Real Ingenio y, si se pudiese, en la ceca de Trujillo.

Al final de su reinado, Felipe IV realizó una nueva alteración de la moneda de vellón, mandando labrar una nueva especie monetaria de cobre ligada con plata, por Real Pragmática de 29 de octubre de 1660, conocida como de molino, sustituyendo la acuñación a martillo por la de molinos hidráulicos. La idea de construir molinos en todas las cecas fue idea de los arbitristas catalanes para evitar las falsificaciones, y los mismos fueron construidos en un plazo inferior a dos años, siendo contratados por los asentistas que llevaban a cabo las acuñaciones, que eran en la mayoría de los casos ingenieros catalanes, y en otros ingenieros madrileños que copiaron las obras que los ingenieros catalanes hicieron en su ciudad.

 (Imagen: molino de Potosí, similar a los utilizados en las cecas castellanas).

Murray afirma que posiblemente sea la serie más falsificada de la historia numismática española. Según de Santiago, mientras que Segovia, Cuenca y Granada utilizaron la energía hidráulica, el resto de las cecas utilizaron molinos de sangre movidos por mulas. Una vez se decidió su desmantelamiento, llama la atención los importantes gastos que supusieron y los pocos rendimientos que se obtuvieron con su desmontaje, dado que en ningún caso se optó por mantenerlos para acuñar monedas de otros metales. Para esta emisión se abrieron dos nuevas Casas de Moneda, la de la Puerta de Alcalá de Madrid y la de Córdoba.

 (Imagen: 16 maravedíes de Córdoba de 1664)

Esta moneda contendría un 7% de plata, y una talla de 816 maravedíes por marco. Se trataba, según García Caballero, de una moneda de vellón rico, con una liga de plata de 20 granos por marco. El coste de cada marco de esta moneda era de 4 ochavas, 2 tomines y 8 granos de plata fina de la liga, lo que suponía 4 reales y 29 maravedíes de plata, así como las 7 onzas, 3 ochavas, 3 tomines y 4 granos de cobre, que valían 1 real y 8 maravedíes de plata. Entre ambos metales el coste era de 6 reales y 3 maravedíes de plata, con lo que hasta los 24 reales de plata que se sacaban por marco el beneficio suponía 17 reales y 31 maravedíes, de los que se tendrían que descontar el braceaje, mermas y regalía, siendo la ganancia excesiva.

Los faciales de esta emisión eran de dos, cuatro, ocho y dieciséis maravedíes, y en todas ellas en su anverso aparecía el busto del monarca, cambiando los escudos de sus reversos. En su anverso aparece el busto del rey a derecha, con acusado maxilar, bigotes y cabellera y la leyenda PHILIPPVS IIII D.G.; en su reverso el escudo de la monarquía española incluyendo el escusón de Portugal y la leyenda HISPANIARUM REX 1661, a su derecha la marca de valor, y a la izquierda la marca de la ceca. En las emisiones posteriores se utilizaron los mismos tipos, pero el valor artístico era muy vario, dependiendo de los ensayadores.

(Imagen: 8 maravedíes de Madrid de 1661).

Se empezó a acuñar a partir del 17 de octubre en las cecas de Burgos, Córdoba, La Coruña, Cuenca, Granada, Madrid, Segovia, Sevilla, Valladolid y Trujillo. El beneficio de su emisión, en torno al 60%, estaba destinado a la financiación de la guerra con Portugal, según Domínguez Ortiz. Por su fácil falsificación, esta moneda causó muchas alteraciones, y el 29 de octubre de 1661 se ordenó que fuese entregada en las cecas o usada para pagar las contribuciones.

 (Imagen: 8 maravedíes de Segovia de 1661).

El 14 de octubre de 1664 se paralizó la emisión de moneda de molino, reduciendo su valor nominal a la mitad, y se prohibió la circulación de la calderilla y de la moneda de cobre puro. Esta medida tuvo como consecuencia la bajada del premio de la plata de un 150% en septiembre a un 50% en octubre de este mismo año, aunque a partir de este momento comenzará otra vez a subir, alcanzando el 180% en 1669, el 200% en 1675, y el 275% en febrero de 1680.

(Imagen: 16 maravedíes de Burgos de 1664)

Pierre Vilar, comentando el libro Guerra y Precios en España de Hamilton, se planteaba que la inflación del vellón entre 1650 a 1680 no vino exclusivamente determinada por las necesidades de las guerras exteriores, dado que estas medidas tomadas entre 1661 y 1664, que llevaron a un aumento de emisiones y de precios de una intensidad desconocida desde los días del descubrimiento de América, se produjeron en un periodo de paz, aparentemente muy tranquilo, mientras que las desastrosas guerras contra Luis XIV entre 1689 y 1697 no perjudicaron la estabilización conseguida por la deflación en 1680. Este ínclito hispanista no tuvo en cuenta en su análisis, como hemos estudiado en este artículo, este conflicto enquistado, que terminó con la definitiva independencia de Portugal, reconocida finalmente por el Tratado de Lisboa de 1668.




Fuente: panoramanumismatico.com

Los impuestos del rey Felipe V en el galeón “San José”

El pasado día 13 de diciembre, Julio Martín Alarcón daba noticia en la Crónica de El Mundo del hallazgo en el Archivo General de Indias de las cuentas del tesoro hundido con el San José. El manuscrito original, siete folios escritos a pluma, fue obtenido con la colaboración de la subdirectora del Archivo, Pilar Lázaro, y forma parte del Legajo de las Cartas cuentas de oficiales reales de 1559 a 1723, y dentro del mismo a la Caja de Portobelo de 1601 a 1723.

Hundimiento del galeón “San José”, por Samuel Scott.

Este documento contiene la pormenorizada contabilidad que los funcionarios reales hicieron en el puerto de embarque de la Flota de Tierra Firme el 20 de mayo de 1708 sobre la carga del San José que venía por cuenta de la Real Hacienda. El sistema de flotas anuales para cubrir el comercio ultramarino se había establecido, según Carlo Maria Cipolla, en 1561, y desde la Pragmática de 18 de octubre de 1654 se había determinado que la llamada Flota de Nueva España navegase en abril, y la de Tierra Firme en agosto. Cada una de estas flotas debía ir comandada por un capitán general y un almirante, y en la nave capitana, en este caso el San José, y en la almiranta, en esta expedición el San Joaquín, debía haber una dotación de 30 soldados.

Para Pierre Chaunu, lo que determinaba la navegación en convoy era no sólo el deseo de seguridad, sino las dificultades de la navegación, la falta de buenos pilotos y la protección que suponía que en caso de naufragio se pudiesen salvar hombres y tesoros. El centro de agrupamiento de las Flotas estaba en La Habana, donde se unían a los convoyes los barcos de escolta y desde donde se había de partir antes del 10 de agosto. Entre 1702 y 1712, durante la Guerra de Sucesión, sólo cinco flotas zarparon de Veracruz, y el escaso comercio transatlántico practicado se hizo mediante navíos de aviso y de registro.

Los tributos pagados por el transporte eran la avería, el almojarifazgo, las toneladas y el almirantazgo. La habería o avería, llamada así por servir para el pago de los haberes de la armada que se utilizaba para perseguir a los corsarios de la costa de Andalucía, comenzó a cobrarse en 1521, fue en un principio de un 5% sobre el valor de las mercancías, para posteriormente incrementarse hasta el 14%, así como 20 ducados por cada pasajero libre o esclavo. Este tributo fue suprimido en 1660, a cambio de que el coste de las armadas que protegían las flotas pasase a los virreinatos indianos.

Parte del tesoro de la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes” que fue expuesto en el Museo Arqueológico Nacional.

Según Vicente Manero, los costes de las Flotas eran de 790.000 ducados de plata, de los que se asignaban 350.000 a Perú, 200.000 a Nueva España, 50.000 a Nueva Granada, 40.000 a Cartagena y 150.000 a la Real Hacienda. Desde 1706 buques de guerra franceses escoltaron a las escasas flotas que partieron, pagados por el Tesoro Real. Según Morineau, si una flota del siglo XVI trasportaba 4 millones de pesos, una del siglo XVIII transportaba como mínimo 12 millones.

En todas las fases de su transporte existía un detallado control de estos metales preciosos, fuente importante de documentación para los historiadores. Además de las exhaustivas cuentas de las oficinas de ensayo y los informes anuales que tenían que reportar a la Corona sobre las cantidades recaudadas en concepto de quinto real, señoreaje e impuestos de fundido, ensayo y marcado de la plata, se encontraban los detallados informes de los oficiales de los puertos a la Casa de Contratación sobre la ley, peso y número de las piezas ensayadas remitidas a la Corona, como el caso de los de Portobelo que esta Crónica analiza, así como de las personas, mercaderías y metales preciosos que hacían el viaje de vuelta a España.

Un funcionario especial, el Maese de la plata, era designado por la Casa de Contratación para controlar estas remesas, debiendo realizar un depósito de 25.000 ducados en plata en la Casa de Contratación, a cambio de un 1% de los tesoros registrados. El control llegaba al extremo de que los Libros de Cuentas de cada barco, que habían de ser depositados en la Casa de Contratación, se realizaban por duplicado, llevando otro buque del mismo convoy una copia del mismo en prevención de un naufragio o un apresamiento. Este libro, según el artículo que estudiamos, no ha sido encontrado. Además, la Casa de Contratación remitía a los funcionarios indianos información sobre las cantidades recibidas, a manera de cotejo y para evitar cualquier tipo de discrepancia en cuanto a las mismas.



La plata que viajaba de forma legal estaba ensayada en barras que normalmente equivalían de ocho a diez mil pesos, con un peso de entre veintidós y veintisiete kilogramos y medio. Pero la que se fundía para evitar el registro solía estarlo en barretones, un lingote con un peso aproximado de una arroba, piñas y piñones. En cuanto al oro, que llegaba en lingotes, tejos o discos, también se transportó en muchas ocasiones sin declarar, lo que llevará a la Corona a rebajar los derechos a cobrar en concepto de avería del 6 al 3%, lo que no disminuyó su ocultación.

Los escondrijos donde se ocultaba el metal sin registrar eran de lo más variopintos. Uno de los más utilizados fue el de las cajas de azúcar, escondiendo piñas de plata entre las pipas de azúcar. En otros casos, se marcaba las cajas de monedas con cantidades inferiores a las que realmente llevaban, lo que a juicio de Serrano Mangas fue una práctica habitual, o se marcaban los lingotes a un peso inferior al que les correspondía, e incluso se utilizaba de lastre. En cuanto al oro, era ocultado sistemáticamente en las ropas de los soldados y marineros, en cualquier baúl, frasco de conserva o faldriquera.

Galeón español, obra de Alberto Durero.

Todo ello hacía que los galeones de la Carrera de Indias hiciesen el viaje a Sevilla sobrecargados en exceso, para aprovechar mejor el espacio para las mercancías, lo que en muchas ocasiones supuso que se obviaran las prevenciones defensivas, llegando a desmontar los cañones, y tapar las portezuelas de las piezas con catres y otros impedimentos, como sucedió en el caso de la pérdida de la Flota de Nueva España de 1628. Lo mismo sucedía en las Armadas de la Mar del Sur.

Fuente:elmundo.es

Las monedas españolas más valiosas de la historia

El numismático Jesús Losada recopila las piezas más valoradas en pujas internacionales y que proceden de expolios, robos o colecciones privadas

Centén segoviano, la moneda con una puja más alta de la historia española.

Al mediodía del 22 de octubre de 2009, el salón principal del Hotel Arts, en Barcelona, estaba a reventar. Se habían recibido más de 1.200 peticiones para asistir al acto, pero solo 200 personas fueron las elegidas. La casa de subastas Áureo & Calicó estaba a punto de dar comienzo a un evento donde coleccionistas de todo el mundo podrían pujar por una moneda de oro de 100 escudos, acuñada en Segovia en 1609, durante el reinado de Felipe III. La pieza procedía de la llamada colección Caballero de Yndias, un conjunto de más de 2.000 unidades que pertenecieron a un español afincado en Cuba y que había atesorado durante toda su vida. El precio de salida de la joya numismática, de 71 milímetros y 339 gramos, fue de 800.000 euros, a los que había que sumar un 18% de gastos y comisiones. Solo un asistente, un suizo identificado como “número 74″, aceptó el reto. De esta manera, el coleccionista convirtió esta moneda en la más valiosa de la historia de España: 944.000 euros. El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero no pudo ejercer el derecho de retracto al tratarse de una “importación temporal”; es decir, el ejemplar había llegado desde el extranjero para su subasta.

“Una moneda vale exactamente lo que alguien esté dispuesto a pagar en ese momento, pero como inversión no es un valor seguro. Es la ley de la oferta y de la demanda en grado superlativo”, escribe Jesús Losada en su libro Las monedas españolas más valiosas, donde recoge las mayores subastas que se han organizado en el mundo hasta 2021 sobre estas deseadas piezas.

Detalla Losada en su libro que la adquirida en la subasta de Barcelona fue acuñada en el Real Ingenio de la Moneda de Segovia, ya que esta era la única ceca dotada de la maquinaria necesaria. Para troquelarla, se pasaban planchas de oro “entre dos cilindros accionados por una gran rueda hidráulica las veces que fueran necesarias, hasta lograr una lámina del grosor adecuado (riel)”. Luego, se introducía el riel entre dos rodillos que llevaban labrados el anverso y el reverso. Solo se conocen en el mundo siete iguales.

La segunda moneda más valiosa de la numismática española vendida en subasta fue acuñada en Pamplona en 1652 durante el reinado de Felipe IV. Se trata de una pieza de ocho escudos que perteneció a la colección Archer Huntington, un filántropo neoyorquino, que la entregó al museo Hispanic Society of America, donde se exponía. Pero la entidad museística entró en una grave crisis financiera y se vio obligada a poner en venta su colección, compuesta por 38.000 unidades. Todo fue subastado por Sotheby’s en marzo de 2012 por 30 millones de dólares. Pero solo por la moneda española de Felipe IV, que fue sacada a subasta por segunda vez en noviembre de ese mismo año, se pagaron 614.250 euros.

Moneda de ocho escudos de 1652, subastada en 2012 por 614.000 euros.

De la tercera pieza más valiosa adjudicada en puja (otro ejemplar de 100 escudos de Felipe IV acuñada en 1633) solo se conocen cuatro en el mundo: uno que se guarda en el Museo Arqueológico Nacional, otro que perteneció al príncipe Ligne (que lo vendió en Londres en 1968), un tercero de un coleccionista de Milán identificado como L.B y el que finalmente se subastó en 2019 y que también pertenecía a la colección Caballero de Yndias. Se adjudicó por 590.000 euros.

El 31 de julio de 1715, una gran flota de galeones españoles cargados con riquezas y que había partido de La Habana, se hundió frente a las costas de Sebastian (Florida). Un tremendo huracán acabó con 11 de los 12 barcos. Únicamente se salvó uno llamado Grifón. Así, más de 100.000 monedas acabaron en las profundidades del Atlántico. Pero miles de ellas fueron encontradas por los cazatesoros ―son legalmente del Estado español al formar parte del cargamento de buques de Estado―, que las ofrecen a las casas de pujas para su venta. En 2009, salió a subasta una de ellas, de ocho escudos de oro, acuñada en México en 1695, durante el reinado de Carlos II. Solo se conocen dos ejemplares en el mundo. El comprador pagó 448.000 euros.Más información

El oro que nunca salió de Madrid

Pero entre las monedas más valiosas subastadas no todas son de oro. En el séptimo lugar se encuentra una de plata acuñada en México, ocho reales de tiempos de la reina Juana I. Se adjudicó ― fue sacada a subasta por la casa Daniel Frank Sedwick― por 469.400 euros en noviembre de 2014, convirtiéndose en la moneda de plata española más cara de la historia. En ella se distinguen dos columnas, fue acuñada en 1538 y se mantuvo en curso legal en Estados Unidos hasta 1857, “por lo que estos ocho reales son considerados los verdaderos primeros dólares” americanos, sostiene el experto. Se tiene constancia de la existencia de solo otros dos ejemplares más, todos rescatados de un naufragio.

Losada recuerda, además, que se conservan otras joyas numismáticas que nunca se han subastado, por lo que se ignora su valor de mercado, pero que él considera auténticas obras de arte con una estimación superior al millón de euros. Menciona 50 excelentes del reinado de los Reyes Católicos, “una auténtica joya de 176 gramos de peso y 66 milímetros de diámetro, acuñada en Sevilla entre 1497 y 1504″. Perteneció también hasta 2012 al museo Hispanic Society of América de Nueva York.

Cien ducados de oro, de 1528, regalada por las Cortes de Monzón, al rey Carlos I.

Las Cortes de Monzón regalaron, como rey de Aragón que era, a Carlos I “la moneda más grande de todos los tiempos”, 100 ducados troquelados en Zaragoza en 1528. La pieza pesa 349 gramos y mide 83 milímetros de diámetro. El presente áureo al monarca fue por haber promovido la construcción del Canal Imperial de Aragón. La pieza refleja los rostros de Juana I y de su hijo Carlos y lleva grabada la leyenda “Iona et Karolus reges aragorum trunfatores et katolicis”. Durante la Guerra de la Independencia, fue robada por las tropas de Napoleón Bonaparte. Actualmente se exhibe en París, en el Departamento de Monedas de la Biblioteca Nacional de Francia, junto con otra de Enrique IV de Castilla, un gran enrique, donde se lee: “Enricus quartus Dei gracia rex castelle ed legionis”.

De todas formas, Losada parece tener preferencias por una gran dobla de Fernando IV de Castilla. La califica de “impresionante y única pieza de oro de 45 gramos de peso y 67 milímetros de diámetro, sin marca de ceca, ni fecha (aproximadamente entre 1304 y 1308)”. Se encuentra custodiada en el Instituto de Valencia de Don Juan, en Madrid.

Al especialista, no obstante, le llama mucho la atención el hecho de que ninguna de las monedas españolas ―dada su escasez, calidad técnica, antigüedad y conservación― haya superado nunca el millón de dólares en las pujas nacionales e internacionales, máxime cuando la pieza más cara jamás subastada en el mundo es un “double eagle” de 20 dólares de oro acuñado en Estados Unidos en 1933. En junio de este año un coleccionista pagó 15,4 millones de euros por él, a pesar de que existen otros 12 ejemplares más. “Pero esa es otra historia”, concluye.




Fuente:
Vicente G. Olaya
elpais.com

Monedas españolas época medieval - Denominación




AGNUS DEI - Moneda de vellón de los reyes Juan I y Juan II. Por una parte tenían una Y coronada y por la otra el cordero de San Juan Bautista. 


ALFONSI - Moneda castellana de oro de Alfonso XI.


ARDITE - Moneda catalana de vellón y de cobre, del valor de un dinero catalán.


BARBA ROBEA ó BARBOT - Moneda catalana de oro, circulaba durante los primeros años del siglo XIII en el Principado con el nombre de Morabatín de la Barba Rogé.

BLANCA - Moneda de vellón de Castilla, empezó posiblemente en el tiempo de don Pedro I hasta los Reyes Católicos.


BRUNA - Moneda posiblemente de vellón negro: 'Anno Domici MCC currebat Barchina moneta quae dicebatur Bruna, et duravit usque in anno MCCIX' (cita por Pedro de Marca).

CASTELLANO - Moneda castellana de oro. Se daba este nombre al alfonsi de oro, a la dobla, al enrique y al excelente. 


CINQUEN - Moneda castellana de vellón. Es la misma que la Blanca.


CORNADO - Moneda castellana de vellón, se llamaba también dinero cornado, posiblemente por la cabeza coronada del anverso.


CROAT- Moneda barcelonesa de plata, acuñada desde don Pedro III hasta Felipe V. Se llamaban también dineros de plata barceloneses, reales de plata y gruesos blancos. Su nombre viene de la cruz grande que llevan en el reverso.


CUATERNO - Moneda catalana de vellón creada por don Pedro II de Aragón por decisión del IX de las Calendas de Abril de 1212. Su fabricación duró doce años, fue llamada también 'moneda de Cort', su pasta se componía de cuatro marcos de plata y de ocho de cobre.

DINERO - Palabra que proviene del denario romano, cuyo valor era el de diez ases. En Castilla, antiguamente diez maravedises hacían un dinero, después su valor y su ley fueron cambiando continuamente. En el siglo XI eran los dineros de plata con muy poca liga, pero llegaron a ser de verdadero vellón. Había dineros de Castilla, viejos y nuevos, jaqueses, dineros barceloneses, prietos de Navarra, etc., nombres que se les daba según el lugar donde se los acuñaba. En el siglo VIII un dinero de Aragón equivalía a 20 dineros de Castilla, o un dinero y 5/16 de Cataluña, o un dinero y 11/34 de los mismos según se hacían los pagos en oro o plata.

DINERILLO - En Aragón y Cataluña llamaban 'dinerillo de la cruz' a una moneda de vellón acuñada en Aragón que valía la mitad de un dinero, era tanto como una meaja o un óbolo. La fabricación de los dinerillos de la cruz de Aragón fue suprimida de real Orden en 1718.

DINERILLOS DE LA CRUZ - Moneda aragonesa de vellón. Abolida en 1718.


DOBLA - Moneda de oro de Castilla. Se daba el nombre de Doblas mayores las que valían 4, 8,10, y más doblas. Las Doblas de la banda de ley inferior a las demás fueron emitidas por Juan II.


DOBLER o DOBLENGA • Moneda de vellón a la ley de tres dineros creada en 1510 y 1513 por Fernando el Católico, tenían 20 sueldos, ocho dineros por marco, y cada onza debía rendir 31, y el marco, 248, en un lado llevaban la cabeza real, y en el otro, las armas de la ciudad.


DUCADO - En Castilla era la unidad de las monedas de oro, por consiguiente, valía medio doblón, su valor variaba según su ley.


DUPLO - Moneda de vellón barcelonesa, cuyo marco se componía de dos partes de plata con diez de cobre.

ENRIQUE - Monedas de oro castellano que valía una dobla, un castellano o dos ducados, se labraban enriques de dos, cuatro y más. Había también medios enriques. Se batieron de diferentes leyes, desde 23 1/2 quilates hasta 18 y menos.


ESCARACHELLE DE ARGENTO - Moneda acuñada en tiempos del conde de Barcelona don Ramón Borrell.

FLORIN - Moneda de oro aragonesa labrada en 1346 por los reyes de Aragón, por orden de don Pedro IV en la Ceca de Perpiñan y a imitación de los de Florencia. Se acuñaron en Perpiñan, Barcelona, Gerona, Valencia y Mallorca, pero nunca en Aragón.


GRUESO DE PLATA - Es uno de los nombres que recibían los reales de plata en Cataluña.

JAQUESA - Moneda de vellón aragonesa creada por don Jaime el Conquistador.


LIBRA - La libra aragonesa o jaquesa valía 320 dineros aragoneses, 320 octavos de Castilla. La libra de Cataluña valía 240 dineros de Cataluña, 182 ochavos, uno y 5/7 maravedís. La libra de Navarra valía 620 maravedises de Navarra o 53 ochavos y dos tercios de maravedí de vellón. Moneda imaginaria

MEGALONA o MELGORIENSE - Moneda de vellón de los condes de Melgueil, durante el siglo XII tuvo curso en Rosellón y en Cataluña. Tenía de ley cuatro dineros. Jaime I prohibió su circulación en Cataluña, por privilegio de primero de agosto de 1258.

MALLA o MEALLA - Moneda de vellón catalana que valía un medio dinero del Principado. Era lo mismo que un óbolo.


MANCUSO - Moneda árabe de oro y plata, tuvo curso en Rosellón, Cerdeña y Cataluña desde el siglo IX hasta el XII. Los mancusos habían sido imitados por algunos príncipes cristianos. Siete mancusas barcelonesas de oro pesaban una onza.


MARAVEDI - El origen de este nombre proviene de morabithis, devotos a Dios, calificación dada por Abd Allah-ben-Yasim o los sectarios que llamamos almorávides. La palabra moravedinos se encuentra después de la invasión de los almorávides en España. Los árabes labraron monedas de oro, plata y cobre que se llamaban, respectivamente, dinars, dirhems y felous. Los cristianos acabaron por dar el mismo nombre de morabatín a los tres metales, haciendo a esta moneda sinónimo de moneda. En efecto, había maravedís de oro, de plata y de cobre.


MEAJA - Malla u óbolo, valía la mitad de un dinero catalán o seis dineros melgorienses.


MENUT o MENUDO - Moneda de vellón catalana, valía lo mismo que un dinero.

ÓBOLO - Moneda de plata ligada y de vellón, valía medio dinero, en Cataluña más tarde se llamó malla.

PACIFICO - Moneda de oro aragonesa y barcelonesa, se acuña por primera vez después de la derrota del ejército del contestable de Portugal en 1465 por don Fernando, el hijo primogénito de don Juan II de Aragón. Estas monedas tenían en el anverso la cabeza del rey de frente, con cetro en la mano, y en el reverso las armas coronadas. Se conocen pacíficos de oro de don Juan II y de los pretendientes de Renato de Anjou y don Pedro de Portugal, pesaban un florín, valían 20 sueldos y eran a la ley de 20 quilates. Se labraron también medios pacíficos.

PEPION - Moneda de vellón castellana labrada en Burgos en el siglo XIV, en tiempo de don Alfonso X valía un medio dinero burgalés. 


PICHOL - Llamada también marca de cabildo y pallofa, monedita de latón o de cobre.

PRINCIPAT - Moneda de oro mandada acuñar el 4 de noviembre de 1493 por don Fernando el Católico. Fue acuñada en las Cecas de Barcelona y de Perpiñan a la ley de los ducados de Venecia y con los tipos de los ducados de Barcelona, es decir, que los ducados de Barcelona acuñados en estas ciudades después del 4 de noviembre de 1493, con la efigie de don Fernando el Católico, son los 'principáis' de que habla la precipitada ordenanza. Las monedas acuñadas en Cataluña durante el levantamiento de 1640 también se llamaron principats.


PUGESA - El nombre de Pogesus, Pogesia y Pogesius tiene su origen de la moneda Pictaviense que tuvo mucho curso en Aragón durante los siglos XIII, XIV y XV. En las monedas de cobre de Lérida se lee con todas las letras el nombre de Pugesa, valían la cuarta parte de un dinero. Don Alfonso IV de Aragón concedió privilegios a simples particulares para batir pugesas.


QUARTILLO - Moneda de vellón castellana del valor de la cuarta parte de un real de vellón. En las cuentas se hacía uso de monedas de tres cuartillos.


QUATERNO - Moneda de vellón hecha con cuatro partes de plata y ocho de cobre. Moneda creada por don Pedro III de Aragón por mandamiento de 11 de las calendas de abril de 1212, su fabricación duró nueve años.

REAL - Había real, medio real, cuarto y sexto de real de plata de once dineros y cuatro granos de ley y talla de sesenta y seis piezas de un real por un marco desde don Pedro I. Los reyes don Enrique II, don Juan I, don Enrique III, don Juan II y don Enrique IV, labraron los suyos a la misma ley y talla.


ROCABERTINS - Dineros menudos, probablemente acuñados a nombre de los vizcondes de Rocaberti que tenían el fuero de labrar moneda.

SEISENO - Moneda de plata que valía seis dineros menudos de terno. En 1400, , don Martín mando que el croat se dividiese en tres partes. Como el croat valía 18 dineros, la tercer parte era el seiseno. Cuando el croat tuvo el valor de un sueldo, el seiseno era un medio croat y cuando el croat valía 24 dineros, el seiseno era el cuarto de croat.


SUELDO - Don Pedro III de Aragón mando batir en 1285 sueldos de plata barcelonesa que valían cada uno 12 dineros de moneda de terno. 

TARJA - Moneda imaginaria del reino de Navarra que valía 14 2/9 maravedís de vellón.


TERNO - Se daba este nombre en Aragón y Cataluña a las monedas labradas con plata de tres dineros. La moneda jaquesa era moneda de terno. En Valencia se estableció la misma moneda de terno.